31 de agosto de 2006

LAS ANIMAS DE LA AVENIDA SAN MARTÍN


Cada vez que uno camina por la avenida San Martín, a la altura de la oficina del Correo, no es raro experimentar escalofríos, oír algún sollozo, o tener la impresión de ser observado.
Testimonios de personas que han pasado por allí después de la medianoche, afirman haber visto fantasmas, y al parecer, algunos de ellos fueron ilustres personalidades de nuestra historia. Tal como narra la siguiente leyenda referida a la aparición de un conocido personaje en un bar cerca de allí. Cuenta que, el dueño del boliche en ese entonces, se disponía a cerrar cuando escuchó venir una caballada desde Burgues. El extrañado comerciante al mirar por la puerta que daba sobre la avenida quedo boquiabierto, había parado frente a su negocio nada menos que una tropa de soldados con uniformes muy antiguos, comandados por un hombre al que mas tarde reconocería en un libro de historia.
Dice que el espectro del general y de sus oficiales, desmontaron de sus caballos y se introdujeron en el bar donde bebieron y brindaron a la salud de los presentes, para después, irse tan orondos como entraron, sin siquiera dejar una mísera propina.
Al día siguiente, el alterado comerciante llamó a un cura para que bendijera su boliche, porque lo que temía no era que volvieran más visitantes desde el mas allá, sino, que la gente tendiera a imitar a sus héroes y eso no era bueno para sus intereses. En realidad se cree que, lo que espantó a tan célebres espíritus, no fue el agua bendita, sino el whisky adulterado que allí se expedía, según las malas lenguas,
Este incidente quiso ser silenciado por el bolichero pues no quería perder la clientela, que por cierto no era mucha. Sin embargo, las noticias de este extraño suceso llegaron a oídos del “loco” Olivera, un aficionado a los temas ocultos y de toda clase de misterios que anduvieran en la vuelta.
Fue esta la ocasión que tuvo Olivera de estar cara a cara con lo desconocido por primera vez, según cuenta en sus memorias.
Sus primeros resultados fueron magros, dado que los parroquianos del bar rehuían del tema con comentarios de fútbol y de política.
Dada la premisa que los niños y los borrachos nunca mienten, “el loco”, decidió darle crédito a estos últimos y pudo así orientarse en su investigación
Con los datos recabados, Olivera enmarcó una zona de apariciones a la altura del cruce de San Martín y Guadalupe, lo que llevó a investigar el pasado de ese punto en particular.
Sin poder llenar ni uno de la veintena de formularios de la Oficina de Catastro, solo entendibles para los iniciados en los ritos burocráticos, Olivera, recurrió a métodos menos ortodoxos. Tras sobornar con un kilo de masas a una de las regordetas funcionarias del lugar, accedió a los archivos secretos donde se encuentran los planos más antiguos de la ciudad, realizando el hallazgo clave para su investigación
Nuestro investigador publicó sus resultados en un informe muy poco difundido y hoy en poder de sus discípulos, autoproclamados como los únicos autorizados a interpretar los trabajos de su maestro. Por medio de esta colectividad, sabemos que el informe cuenta sobre la existencia de un cementerio en la zona durante los años posteriores a la guerra grande. Al removerse este campo santo, se alteró el descanso de los difuntos y desde entonces, sus almas vagan por la avenida buscando la paz perdida, o hasta que se clausure el local bailable cerca de allí, que es mas o menos lo mismo.
El club “Ciencia y Verdad”, integrado por los académicos del barrio, afirman que no hay nada sobrenatural en las inmediaciones. Todo se explica por la conformación geográfica de lugar, pues allí confluyen las corrientes eólicas de la Aguada con las del Brazo Oriental, mezclándose a su vez, con los gases que salen de las bocas de tormenta más el monóxido de carbono de los vehículos, produciendo una suerte de neblina que suele confundirse, según la imaginación de algunos, con supuestas apariciones.
Pero curiosamente, este grupo de científicos después que cae el sol, evitan a toda costa pasar por aquellas inmediaciones, aunque ellos lo nieguen con una sonrisa sarcástica.
Tal vez, muy en el fondo, nuestros eruditos barriales, teman encontrarse que sus ordenadas y perfectas convicciones, sean tan irreales como los fantasmas que tanto niegan.

FERCHU

EL REDUCTO FOBAL CLÚ

30 de agosto de 2006

EL REDUCTO FOBAL CLÚ

Siempre que se evocan las glorias deportivas del barrio, nadie menciona las hazañas del Reducto Fútbol Club.
Era un cuadrito como los que se formaban en las esquinas de los barrios, llenos de sueños e ilusiones. Algunos de estos “clubecitos”, crecieron hasta convertirse en verdaderas instituciones deportivas, codeándose con los grandes de nuestro fútbol.
Pero esa no fue la historia de este cuadrito singular, fundado por mi tío, un personaje lleno de anécdotas que lo convirtieron hoy en una leyenda familiar.
Aquellos deportistas domingueros solo les importaba disfrutar del juego, ganar o perder era un asunto secundario. Se dice que esa actitud obedecía al pensamiento “hipie” muy de boga en aquellos tiempos. “El deseo de ganar no nos deja disfrutar de este juego que nos une como hermanos en torno a un balón, llenándonos de amor y paz”, se le escuchó filosofar a uno de mis primos mientras comía su choripan con hongos que, las malas lenguas decían que eran alucinógenos.
El único logro de este club consiste en obstentar el mayor record de derrotas consecutivas. Si no está en el libro Guiness es porque nadie se molestó en llevar un registro de sus campañas deportivas, hasta en eso fueron humildes.
Mis primos eran jugadores claves en el funcionamiento del equipo, sus notables condiciones técnicas les valió el reconocimiento de sus rivales, de tal manera que muchos antes de empezar el partido alegaban lesiones y dolores repentinos, pues nadie quería terminar visitando a un traumatólogo de urgencia.
Mi tía, era la jefa de la hinchada y realmente se hacia sentir. Cuando golpeaban a unos de mis primos por error, ella, además de vociferarle epítetos de grueso calibre al agresor, entraba a la cancha a propinarle unos cuantos carterazos que ni el juez escapaba. Sí, el Reducto era un cuadro familiar, de eso no cabía la menor duda.
Con respecto a los desastrosos resultados deportivos del equipo, se decía que los jugadores y el técnico perdían a propósito, es decir, jugaban para perder. Algo que dio motivo a todo tipo de rumores y comentarios.
Una de las habladurías más difundidas, acusaban a mi tío y a sus compinches de recibir sobornos para que el equipo perdiera, haciendo de este tipo de practicas un negocio muy lucrativo.
De hecho nunca se pudo probar nada, tal vez porque nadie se animo a denunciarlos, ya que después de los partidos, los sospechosos invitaban una vuelta de caña para todos los presentes en el boliche de siempre. Y eso desvanecía las sospechas hasta el otro partido.
Quienes iban a verlos a la cancha cuentan que no jugaban mal, pero con tal de perder, algunos jugadores llegaban al extremo de convertirse goles en contra. Esta actitud fue vista por algunos contrarios como una tomadura de pelo, lo que aparejaba que varios partidos terminasen en la comisaría.
Sucedió que a segundos del final de un partido contra el Satélite, la pelota tras hacer una carambola de piernas entró en el arco rival, terminando aquel encuentro uno a cero a favor del Reducto.
Los vencedores abrumados por aquel triunfo no esperado apelaron el resultado, pero el asombrado juez no dio a lugar, decretándose así la primera y única victoria de aquel equipo pintoresco
Este suceso desencadenó una profunda crisis en aquel grupo de muchachos, produciendo alejamientos, amistades rotas y hasta el cierre del boliche donde paraban. Los pocos que quedaron, es decir mis parientes, decidieron disolver el cuadrito y exiliarse del barrio para siempre.

FERCHU