31 de octubre de 2006

LA MUERTE QUE ME LLEVA A LA VIDA

Siempre los 2 de noviembre, no puedo dejar de recordar aquellos familiares y amigos que ya cruzaron el umbral de la vida, así como también reflexionar sobre la muerte, mi muerte en particular...y más que miedo, siento curiosidad e intriga... ¿será como dicen las grandes religiones?¿Existirá un infierno?¿Un cielo para los justos?¿Volveremos a reencarnar? ...“Muérete y verás” me decía un gran maestro espiritual a quien por cierto, le debo una visita.
Si, la muerte es una experiencia única e intransferible, a la que cada uno de nosotros deberá enfrentarse tarde y temprano...¿estas preparado? No te preocupes, yo tampoco...¿Quién lo está? Creo que ni siquiera aquel que se va a inmolar lo está, solo es una víctima más de un sistema de creencias que lavaron su cerebro, convirtiéndolo en una mísera marioneta.
Cuando reflexiono sobre la muerte, no lo hago con el fin de “portarme bien” para cuando me presente ante el “Eterno”, me ponga un sote, y me deje entrar al Paraíso, eso es infantil. Solo se trata de ser auténtico ante el Dios Verdadero, el nos conoce como somos y nos ama...¿Para qué fingir delante de él? Lo importante es vivir con intensidad cada día, apreciando esas pequeñas grandes cosas, como el cariño de mi familia, los mimos de mi pareja, una puesta de sol, bailar la música que me gusta, un trabajo bien hecho, una comida con amigos, en definitiva todas esas cosas que me dicen que estoy vivo, porque ojo, también se puede “morir en vida” cada vez nos hundimos en la abulia, la incomunicación y el aislamiento.
Que curioso, verdad, empecé tratando sobre la muerte y terminé pregonando sobre la vida. Será que la vida es más fuerte, como dice una canción.
Por eso, quiero compartir con Ustedes este llamado a la vida que se trasluce en esta parábola de un gran explorador del alma, como lo fue Anthony de Mello.

Una mujer esta agonizando. De pronto tuvo la sensación de que era llevada al cielo y presentada ante el Tribunal.

“¿Quién eres?” dijo una voz-
“Soy la mujer del alcalde”, respondió ella.
“Te preguntado quien eres, no con quien estas casada”
“Soy la madre de cuatro hijos”.
“Te preguntado quien eres, no cuantos hijos tienes.”
“Soy una maestra de escuela”.
“Te preguntado quien eres, no cuál es tu profesión”
Y así sucesivamente. Respondiera lo que respondiera, no parecía poder dar una respuesta satisfactoria a la pregunta “Quien eres”.
“Soy una cristiana”
“Te he preguntado quien eres, no cuál es tú religión”
“Soy una persona que iba todos los días a la iglesia y ayudaba a los pobres y necesitados”.
“Te he preguntado quien eres, no lo que hacías”.
Evidentemente, no consiguió pasar el examen, porque fue enviada de nuevo a la tierra. Cuando se recuperó de su enfermedad, tomó la determinación de averiguar quién era. Y todo fue diferente.